Opinión. Esta vez, a Boca le sobran razones para soñar con la séptima
Las razones por las que Boca se ilusiona con ganar la Copa Libertadores según la mirada de Ariel Senosiain
Es cierto que esta será la séptima (¡otro dato más para los cabuleros!) semifinal a la que Boca llegó después de ser campeón por última vez en la Libertadores, allá en 2007. Incluso en dos de las seis ediciones atravesó esa instancia y llegó al partido decisivo. Sin embargo, esta ocasión parece reunir condimentos que las anteriores no. Si bien el juego decide, los protagonistas del fútbol disponen.
Habría que empezar por la dirigencia. O bien, por Juan Román Riquelme. Acostumbrado a ser decisivo por talento innato, llegó a la vicepresidencia del club sin una formación destacada. La experiencia lo mejoró. Si en los primeros años de su gestión tuvo cortocircuitos con algunos jugadores, en este logró una convivencia pacífica. Los refuerzos que había incorporado en mercados anteriores le dieron la razón: Sergio Romero y Marcos Rojo, sobre todo. Hace dos meses cerró la incorporación rutilante que prometía, Edinson Cavani. Y pese a que había bancado a los exentrenadores de la reserva, eligió a un técnico con experiencia como Jorge Almirón. Tal vez haya entendido que no podía fallar en un año eleccionario. De una u otra forma, la consecuencia fue una jerarquía superior en el campo y el banco.
Sigamos justamente con Almirón. Pocos tienen en cuenta lo siguiente: es un técnico que llegó a una final de Copa. Sabe cómo se juega esta competencia tan particular. Quizás de ahí provenga su tendencia a la cautela como visitante. Pudo haber resultado exagerada contra Nacional en Montevideo, pero el mismísimo Carlos Bianchi a veces armaba planes de juego que priorizaban el cero en el arco propio fuera de la Bombonera. Y mal no le fue. Almirón cambia mucho. No le interesa el once de memoria. Eso generó más virtudes que defectos: si bien la identidad se ve de a ratos y no de manera constante, el equipo incorporó conocimientos para moverse en distintas planes y amplió la base de futbolistas en condiciones de ser titulares.
Por último, lo más importante: los jugadores. Esos que, no hace mucho tiempo, parecían no llegar a armar un equipo competitivo y hoy muestran variantes en distintos puestos. Boca tiene tres laterales por la derecha y tres por izquierda; uno por cada banda (Luis Advíncula y Valentín Barco) se convirtieron en piezas importantes de ataque. No le sobran centrales diestros en gran nivel, aunque Nicolás Figal tiene un mes por delante para recuperar su mejor rendimiento. Volantes no le faltan, los cuenta de diversas características. La incógnita es si debe incorporar un 5, único puesto de la columna sin clara jerarquía internacional. Arriba también abundan las variantes, cada una con su estilo y su complemento. Y claro, falta hablar del arquero. No se trata de un arquero cualquiera sino de uno que en este formato de torneo se transforma en fundamental. La eficacia de Romero en los penales hace creer que si a Boca no le convierten, a la larga festeja en la definición. Mientras se hace inmenso desde lo anímico, Chiquito achica a los rivales.
Además, si nos referimos a los rivales, Palmeiras está debilitado por la lesión de Dudú y del otro lado no esperan equipos fuertes de temporadas pasadas como River o Flamengo.
En suma, la dirigencia entendió que no podía seguir dejando pasar chances, el técnico le dio funcionamiento y pragmatismo al equipo, los jugadores evolucionaron y el arquero se agranda en las bravas. El fútbol decide, quedó dicho. Pero Boca hizo su tarea mejor que en otros años. Se acercó como nunca a la mentada séptima. Esta vez, no podrá lamentarse si se le vuelve a escapar su obsesión.