Acordate de Messi, fútbol de nuestras vidas
Nueva columna de Ariel Senosiain sobre Messi y la Selección Argentina
Es el deporte menos lógico de todos. Pero en el fondo guarda algo de razón. Los mejores jugadores llegan a las camisetas más fuertes, allí donde se retroalimentan. Los mejores equipos pelean los torneos hasta el final, más allá del margen que existe para aguardar una sorpresa. Y los resultados, a la larga, premian a los buenos y castigan a los flojos. Pues bien, que el fútbol se deje de enseñanzas rebuscadas. Ya no tenemos tiempo para seguir esperando: el propio Lionel Messi dijo que es su último Mundial.
Los protagonistas coinciden. Desde el brasileño Ronaldo hasta el español Luis Enrique, desde quienes fueron sus compañeros hasta quienes lo soportaron como rival, todos saben de qué se trata la perseverancia ante la derrota. Imaginan lo duro que debe haber sido para el genio no haber estado a la altura alguna vez. O el dolor que debe haber sentido cuando lo mereció y no pudo. Es cierto, entre tanta búsqueda gloriosa y mundialista, en el medio se filtró una festejada Copa América, contra el rival de siempre y en un estadio mítico. Pero Messi soñó, lloró, perseveró y volvió a soñar por el trofeo que se pone en juego cada cuatro años.
Encima, en Qatar, lejos de ver a un futbolista en la última recta de su carrera, estamos viendo al mejor que vimos. Al más cerebral, al más organizador, al más rebelde, al que no dejó de tener gol, al que cuida la pelota con la fuerza del que recién arranca y la sabiduría del que está terminando. Es el Messi de las frases fuertes, de los festejos alocados, el Messi maradoniano. Pero también, y fundamentalmente, el Messi al que no se le termina la magia. Al contrario: le emerge permanentemente.
Lo sigue un equipo. Un verdadero equipo. Camaleónico, versátil de acuerdo al rival, luchador si hace falta, ordenado siempre, creativo cuando se puede. Un equipo que llegó sin posibilidad de arrepentirse de nada en el camino previo y que aprendió, apenas después del debut, a sobreponerse ante la adversidad. Derrota oportuna, reacción oportunísima. El equipo mejora cuando se pone en ventaja, es cierto. Antes no insinúa el gol. Pero por ahora lo consiguió. Y lo defiende como hay que defenderlo: con pasión, habiendo aprendido a sufrir y contra Croacia, con fútbol.
Que en Medio Oriente se junten los dioses. Que haya paz entre todos los credos y una sola decisión: el que más luchó tiene que ser el que más festeje. Sus lágrimas serán las de todos. El placer individual será el colectivo. Que el destino deje de jugar absurdamente. Ya pasó por varios intentos. En el primero era muy chico, en el segundo Alemania demostró que la ilusión no tenía tanto sustento, en el tercero la final debió tener otro resultado y en el cuarto, fue víctima del caos reinante en ese momento en la selección. El quinto le dio una marca nueva: nadie jugó tantos partidos en mundiales como él. No le interesan más las marcas. Le interesa el final. Que sea. De una buena vez.