La selección de todos
Nueva columna del periodista argentino Ariel Senosiain sobre lo que significa esta Selección Argentina
El concepto del título remite a la segunda parte de la década del 90, cuando los medios se preguntaban si aquel seleccionado argentino, dirigido por Daniel Passarella, se había transformado en "el equipo de todos". Pese a que generó gran consenso después de eliminar a Inglaterra en octavos de final, siempre le faltó algo para ser recordado como un conjunto con el cual se identificara el público en su totalidad. Claro, se trataba del post Maradona, una época en la que el grito de su nombre era más una crítica en casos de flojos rendimiento que un reconocimiento al que no jugaba. Holanda, para colmo, no dejó crecer el idilio y eliminó a Argentina en cuartos.
En general todas las selecciones fueron apoyadas de cara a los mundiales y algunas generaron ilusión, pero cuesta encontrar una muy querida. La del 2002 provocó aplausos por su paso arrollador en la previa a la Copa; obviamente, el palazo de la eliminación en primera ronda postergó el amor. La que comandaba José Pekerman desató admiración, aunque sin llegar a lo pasional. El 2010 tuvo a Maradona en el banco; con él, las adhesiones y las reprobaciones que siempre giraron en torno a Diego. En el 2014, el paso a una final después de 24 años hizo ídolos a Chiquito Romero y Mascherano; era, antes de la actual, la última selección con identificación popular, aunque claramente lejos de la actual. La del 2018, desde ya, casi no entra en el análisis.
Este seleccionado fue distinto a todo lo visto en lo que va del siglo y más allá. "Que nos quieran para ganar y no por haber ganado", idealizó alguna vez Marcelo Bielsa sobre cuál sería la mejor relación entre un equipo y la gente. Ese fue el punto, justamente. Hoy el país está revolucionado porque su selección ganó la Copa del Mundo, pero el amor viene de antes. La gente quiso al equipo para que ganara, no sólo porque ganó.
Las razones son variadas. La primera, está claro, se llama Lionel Andrés Messi, que adquirió una unanimidad casi utópica. El deseo de que ganara lo que tanto había buscado fue una causa nacional (y a juzgar por lo que se generó en varios países, también internacional). Hay otros motivos. Por ejemplo, esta selección tiene jugadores que entraron en los más chicos: Dibu Martínez, Rodrigo De Paul, Cuti Romero, Julián Álvarez, Paulo Dybala. Los pibes idolatran, los grandes quieren que aquellos festejen. Más: el cuerpo técnico reúne perfil bajo, certeza de trabajo y, algo clave, emergieron de las críticas, otro camino que identifica.
El juego ayuda, siempre. Y la selección juega con el corazón en la mano. Los futbolistas parecen (son) hinchas. Los títulos levantan, siempre también. Y esta selección se había coronado nada menos que contra Brasil en el Maracaná. En el Mundial, el sufrimiento de casi todos los partidos fortaleció el vínculo. Queda una última razón, en este caso de contexto: queremos festejar, lo necesitamos. Una sociedad golpeada en otros rubros encontró un equipo que lo desvía de las preocupaciones diarias. Tanto que le agradece con locura.
El futbolero no solo tenía ganas de querer a un equipo; buscaba enamorarse. Lo logró. Lo demuestra hoy, movilizándose para ver a los jugadores incluso a lo lejos. Si la caravana fuera nacional, encontraría el mismo panorama en todas las provincias. De esta forma se ratifica el amor por este deporte en estas tierras. Así se asegura que las próximas generaciones tengan un modelo al cual perseguir. De esta manera, por último, nos damos cuenta por si hacía falta de que, si hay unión, siempre habrá más posibilidades de llegar a un resultado.